lunes, 5 de marzo de 2007

La Razón.es



Cien años bien sujetos

En 1907, de unos alambres y un trozo de tela, nació el sujetador y con él, un mercado inagotableMaría Sánchez Robles / Madrid
Puede tener aros, copas y tiras y hasta cierre delantero. Lo podemos encontrar moldeado, preformado, de tipo «balconnet» y «multiposición». Y no estamos hablando de la última tecnología en berlinas ni de nada que sólo esté al alcance de unos pocos. Más de la mitad de la población mundial tiene varios en su casa y el elemento en cuestión ostenta una supervivencia centenaria. Un siglo para una de las piezas básicas del guardarropa femenino; el sujetador cumple cien ajetreados años. Antes de que la prenda se instituyera como tal a principios del siglo XX, existían escarceos en su diseño desde los tiempos en que Grecia dominaba el viejo continente. Sin embargo, en el mundo clásico, las mujeres no utilizaban un primigenio precursor del sujetador para realzar su busto, sino que se ceñían el pecho con una faja para reducir su volumen. A lo largo de la historia se ha dudado mucho sobre este asunto: ¿debían las mujeres potenciar sus diferencias con los hombres o, por el contrario, disimularlas? Por este motivo, la aparición del sujetador resulta en cierto modo clave en su feminidad, ya que desde su creación se definió claramente la tendencia: el pecho de la mujer se perfilaría curvo y voluptuoso. Armas de mujer En 1907, Pierre Poiret manipulaba en su taller alambres finos y telas sedosas. Sabía que con todo eso crearía una de las armas de mujer más populares de todos los tiempos, pero no fue él quien se llevó los honores -y los dineros-, sino la estadounidense Mary Phelps Jacob, quien patentó el invento en 1914. La tierra de las oportunidades se agenció el descubrimiento del sostén (como se conocía entonces la prenda) e incluso hay historiadores del otro lado del Atlántico que borran del mapa el antepasado francés para reclamar la paternidad de los primeros sujetadores desde 1876, creados supuestamente por un vendedor ambulante. En 1913 Mary Phelps se hallaba cara a cara frente a un carísimo vestido de noche que pensaba lucir en una fiesta de sociedad. Este vestido revelaba claramente el contorno de su corsé, por lo que decidió arreglar el desatino confeccionando un sujetador sin espalda con dos pañuelos blancos, una cinta y un cordón: a grandes males, grandes remedios. El invento se popularizó rápidamente entre sus amigas pero no fue hasta la llegada de la carta de una desconocida, que contenía un dólar y el pedido de uno de sus sostenes, cuando Mary Phelps se dio cuenta de que aquella pieza podía convertirse en un incipiente negocio. Lo patentó y montó una pequeña empresa en la que las trabajadoras eran sus amigas. Sin embargo, varios centenares de sujetadores se quedaron sin torsos de mujeres que los vistieran debido al fracaso del márketing empleado. Jacobs vendió su patente a la Warner Brothers Corset Company y, años más tarde, Ida Rosenthal, una emigrante judía rusa, daría con la innovación más oportuna en el proceso de asentamiento del sujetador: la introducción de las diferentes tallas. De ahí al «wonderbra» sólo había un paso. De la gloria a la quema Después de décadas de gloria, fue en los setenta cuando se temió por el futuro del sujetador. Si todas las mujeres estaban dispuestas a deshacerse de él en un acto heroico, la quema de un invento que provenía de los corsés asfixiantes tipo Escarlata O´Hara, el negocio se vendría a pique. Ida Rosenthal, al frente ya de una compañía solvente llamada «Maindenform», fue interrogada al respecto, pero su respuesta fue tranquilizadora (y merecedora del recuerdo): «Vivimos en una democracia, toda persona tiene derecho a vestirse o desvestirse. Sin embargo, a partir de los treinta y cinco la mujer no tiene figura para prescindir del sujetador. El tiempo está a mi favor». Todo dicho. Las estadísticas apuntan que son muchas las que lo usan: la industria del sujetador mueve millones de dólares cada año. El más caro de la historia, casi una obra de arte, lo mostró la firma Victoria’s Secret hace tres años: se necesitaron 2.900 diamantes engarzados en oro blanco de diez quilates y 275 horas de trabajo para su elaboración. Y para adquirir la pieza, inspirada en los años setenta, un total de diez millones de dólares, aunque no está a la venta. Las únicas que lo han disfrutado hasta el momento han sido las modelos Tyra Banks y Heidi Klum, y ninguna de las dos ofreció datos sobre la comodidad del sostén millonario. ¿Son los sujetadores más caros los mejores? ¿En qué debemos fijarnos a la hora de comprar una de estas piezas de lencería? Aunque pueda parecer insustancial, llevar una talla de sujetador inadecuada puede provocar diversas lesiones. Según un estudio reciente realizado por Francesc Puertas, el responsable de la firma comercial Belcor Pharma, el treinta por ciento de las consultas por dolores en el pecho están directamente relacionados con el uso incorrecto de esta prenda: «Las dolencias que se pueden generar por este hecho, que no es otro que el de no conocer la talla adecuada de sujetador, son múltiples: dolores de espalda, aparición de bultos de grasa en el pecho o marcas en la piel, por ejemplo». Sostén inteligente En colaboración con la Asociación Española de Senología y Patologías Mamarias, Puertas profundizó en el asunto «tras comprobar que se cometen graves errores a la hora de elegir y llevar un sujetador». Y es que, en ocasiones, es fácil dejarse llevar por las líneas más sugerentes en vez de prestar atención a la comodidad y adaptabilidad de la prenda al cuerpo. En este sentido, según dicho informe, nueve de cada diez féminas no saben cuál es su tallaje adecuado y, de ellas, el setenta por ciento utiliza el sujetador de forma incorrecta. Cerrados los cien años del sujetador, toca mirar hacia el futuro de una pieza que se antoja impresdindible. Aunque los últimos avances tecnológicos (en este campo también interviene la ciencia, aunque parezca extraño) muestren sujetadores de agua o con otros aditivos, hasta aquellos llamados «inteligentes», como el «numetrex», que incopora una válvula que toma el pulso de los latidos del corazón o el «night bra», que previene las arrugas del escote, sería más preciso centrarse en la creación de sujetadores a la carta, como sugiere Puertas. Si hay hasta 24 morfologías de pecho (de base ancha, en forma de gota, puntiagudo, centrado, separado), no estaría mal que se ofrecieran modelos más personalizados e, incluso, terapeúticos. Y es que la historia del sujetador no ha hecho más que empezar.

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